Condena ONU: Nahia Alkorta

Nahia Alkorta acude al Hospital Universitario de Donostia con 38 semanas de gestación tras romper aguas. Le inducen el parto que acaba en una cesárea llevada a cabo por residentes supervisados.
Respecto a los residentes en los partos
Ministerio de Sanidad ofrece un documento en su página web que expone, en relación a la presencia de residentes en los partos, que tienes derecho a ser advertido de si los procedimientos aplicados pueden ser utilizados como proyecto docente o de investigación y en todo caso será imprescindible la previa autorización y por escrito del paciente y la aceptación por parte del médico.
Su abogada, Francisca Fernández, una de las fundadoras de la Asociación El parto es nuestro, considera que le hacen una serie de procedimientos que se pueden considerar como violencia obstétrica.
Denuncian, principalmente, la inducción del parto y la cesárea no consentidas, contrarias al propio protocolo del hospital. También la realización de la cesárea a manos de estudiantes con supervisión, de nuevo, sin consentimiento. Además de la separación entre la madre y el bebé sin necesidad aparente. Y la administración de biberones no consentida ya que habían optado por la lactancia materna. Este parto supuso un trauma físico y psicológico al violar la integridad física y moral de Nahia, además de su dignidad y su intimidad personal y familiar.
Nahia ha plasmado todo lo que sufrió en su libro Mi parto robado. Explica que el anestesista la dejó sola y la ridiculizó. Y que “al rato vinieron los ginecólogos y legaron las coacciones, las amenazas y la imposición de la cesárea”. Añade que le amenazaron con que le iba a pasar algo al bebé y sería su culpa: “Sentí muchas ganas de huir de allí, muchísima rabia e impotencia, pero no había escapatoria”.
En la cesárea sintió “una auténtica deshumanización”. “Me sentí como un cerdo en esa mesa”, explica Nahia. Y manifiesta su sospecha sobre que su cuerpo fue utilizado para una sesión lectiva no consentida. Además, añade, “en la separación yo pensaba que mi bebé había muerto porque no me informaban de nada”.
Nahia describe “mucho dolor físico y emocional”. No hubo tristeza, sino mucha conmoción. Añade que luego vino un vacío absoluto: “No tengo recuerdos de los tres primeros meses de mi primer hijo”, se lamenta. Más tarde desarrolló estrés postraumático, tocofobia (miedo irracional e incontrolable al embarazo y al parto) y otros trastornos psiquiátricos graves. Nos cuenta que hoy en día las consecuencias siguen ahí ya que el proceso judicial no ha terminado. Siente rabia, maltrato, infantilización y, sobre todo, soledad.
Fernández explica que en los casos de Naciones Unidas “hacen unas recomendaciones de obligado complimiento al Gobierno español” (la última incluye hasta once) y denuncia que “no han cumplido ninguna” y “se han negado de pleno”. Por ello asegura que están “de nuevo en los tribunales para que se cumplan las decisiones de Naciones Unidas”.